En la primavera del año 2003, el mejor jugador de baloncesto que jamás haya pisado el tabloncillo colgó sus zapatos. Michael Jordan terminó su temporada profesional no. 15, terminando una carrera después de amasar más de 32.000 puntos y 5.000 pases a expensas de presuntos defensas.
El hombre que ganó seis campeonatos de la NBA y recibió cinco premios al jugador más valioso, a veces tuvo dificultades durante su último año de baloncesto profesional. Después de un juego, en el cual jugó a pesar de tener espasmos en la espalda, Michael dijo: «Mucha gente me dijo que no [jugara esta noche], porque creían que haría daño a mi valor a largo plazo. Yo dije: «No tengo valor a largo plazo.»
Hasta los mejores atletas llegan al punto en que reconocen que su tiempo en el escenario mundial está llegando a su fin.
Reconocer la brevedad de nuestra vida es importante para los seguidores de Cristo. Nos ayuda a centrarnos en lo que es verdaderamente valioso. ¿Cuántas veces tú y yo vivimos como si las cosas de este mundo fueran a durar para siempre? ¿Cuántas veces hacemos lo temporal más importante que lo eterno?
En este mundo no hay valor a largo plazo. Dios recordó a Hageo esta verdad. Mientras el profeta imploraba vehementemente a sus compatriotas judíos que reedificaran el templo en Jerusalén (1:2), Dios se aseguró de que él supiera qué había en el horizonte: «… dentro de poco, yo haré temblar los cielos y la tierra, el mar y la tierra … y yo llenaré de gloria esta casa.… Mía es la plata y mío es el oro … y en este lugar daré paz…» (2:6-9).
Dios recordó a Hageo que un día, Su gloria regresaría a Su casa. En el futuro, Jesús vendrá a juzgar a las naciones (Hebreos 12:26-27), y todos sabrán que sólo Él es digno de gloria.
Estemos preparados. Vivamos para reflejar valor a largo plazo.
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